Casa Pescadores no es una apertura más en la costa valenciana. Es una declaración de intenciones. Un proyecto que mira al mar sin folclore impostado y que entiende la gastronomía como memoria, oficio y tiempo compartido. Tras visitarlo, queda claro que aquí no se viene solo a comer: se viene a quedarse.
El esperado proyecto de Grupo Mercabanyal junto a Jugando con Fuego, con la cocina impulsada por el equipo de Flama, ha devuelto la vida a una antigua casa de pescadores y carpintería naval en primera línea de la playa del Cabanyal. El resultado es un espacio con alma, donde el barrio sigue respirando en cada rincón.
Un homenaje real al Cabanyal que no se explica: se siente
Situado en la calle José Ballester Gozalvo 51, Casa Pescadores nace de una vivienda auténtica, ligada históricamente al mar y al trabajo artesanal. Aquí no hay recreación decorativa: hay memoria. Remos, anclas, herramientas originales y madera vivida forman parte del relato.
“Queríamos que el alma del barrio siguiera viva”, explican Hugo Cerverón y José Miralles, impulsores del proyecto. Y se nota. Desde que entras, el tiempo parece desacelerarse. El ruido de la ciudad queda lejos. El mar manda.
Tres espacios, una misma verdad gastronómica
La propuesta se articula en tres ambientes diferenciados, cada uno con su personalidad y su ritmo, pero unidos por una misma filosofía: producto, fuego y respeto.
El bar: cocina de barra, lonja y memoria
Una gran barra central vertebra el espacio más popular y vivo del local. Aquí se sirven tapas clásicas con alma marinera: ensaladilla con capellán a la llama, sepia con mahonesa, tellinas con tomate, calamar relleno de blanquet i alls tendres o unas bravas bien hechas.
El producto de lonja manda. Se expone a diario. “El que llega pronto elige”, dicen, recuperando el espíritu de los antiguos merenderos valencianos de los años 70, donde se cocinaba lo que el mar daba ese día.
Completan la oferta guisos tradicionales como el cap i pota, el all i pebre, el rabo de toro ‘Victoria’ o la lengua de ternera guisada, además de ibéricos, conservas y salazones.
La parrilla ‘La Jefa’: fuego, sobriedad y verdad
En el espacio contiguo, la parrilla, bautizada como La Jefa, sube un escalón en elegancia sin perder identidad. Carta corta, producto de temporada y brasas bien entendidas.
Edu Espejo, asesor gastronómico, lo resume con claridad: “Compramos al día, marcamos pesos y precios en pizarra, y cuando se acaba, se ha acabado”.
En la parrilla aparecen conejo, codorniz, chuletillas y, por supuesto, pescado y marisco de lonja: rape, lubina, salmonete o un impecable lenguado meunière a la brasa.
Marcos Moreno, al frente del servicio diario, insiste en algo esencial: aquí no hay artificio. Hay sabor a fuego y mar.
El restaurante: mesa puesta y sobremesa sin reloj
El restaurante funciona solo a mediodía y sin carta. Menú a mesa puesta con tres entrantes y un segundo a elegir entre arroz, carne o pescado a la brasa. El final lo firma un pijama reinterpretado, nostálgico y coherente con el discurso.
Aquí no hay turnos ni prisas. Se come despacio. Se habla. Se alarga la sobremesa. Y eso, hoy, es casi revolucionario.
Bebidas con identidad y guiños bien pensados
Cada espacio tiene su propia lógica líquida. En el bar, cerveza y vinos accesibles. En la parrilla, protagonismo para vinos valencianos, champagnes por copas y cócteles con carácter local, como un Bloody Mary muy personal o una cazalla reinterpretada al estilo Gin Fizz.
El restaurante apuesta por una bodega clásica y sólida, con guiños como los Fondillón de Alicante, y una selección mínima de cócteles, sin ruido.
Interiorismo con historia: cuando el espacio también cuenta
Casa Pescadores es bello sin impostura. El bar y la parrilla ocupan la antigua carpintería naval. Algunas máquinas del astillero se han transformado en mesas. Hay maquetas de barcos construidos allí mismo y mobiliario realizado con vigas recuperadas del barrio.
La zona de parrilla lleva la firma de Francesc Rifé, Premio Nacional de Interiorismo 2025, con una elegancia sobria que no borra el pasado.
El restaurante, ubicado en la antigua casa de Ricardo Palau (Astilleros Palau), ha sido cuidadosamente restaurado para que uno sienta que come en una casa real, familiar, vivida.
Un restaurante que devuelve el sentido a la sobremesa
Tras visitarlo, Casa Pescadores no se queda en la memoria por un plato concreto, sino por una sensación: la de estar en un lugar honesto. Aquí la gastronomía no corre. No compite. No grita.
Defiende algo tan sencillo, y tan olvidado, como la sobremesa como tesoro cultural. Frente a la rotación, la calma. Frente a la prisa, el disfrute.
Casa Pescadores es restaurante, sí. Pero también es barrio, historia y una forma de entender la vida junto al mar.