Cuando el músico polaco Frédéric Chopin murió en París a la temprana edad de 39 años, fue el coñac la clave no solo para conservar su corazón sino también para develar la causa de su fallecimiento, eso sí, muchos años después. Pero, ¿por qué fue preservado el órgano del pianista? ¿y específicamente que le aportaba la bebida?
Las últimas horas de Chopin
Antes de morir, Chopin pidió expresamente que su corazón fuera extraído y llevado a Polonia. Para muchos, un gesto patriótico y sí, en parte, aunque su motivo mayor era que sufría tapefobia, miedo a ser enterrado vivo. Ese temor acabaría convirtiendo su corazón en una de las reliquias más singulares de la historia de la música… y a la vez en una muestra del poder del alcohol para frenar el paso del tiempo.
Fue ahí que empezó el viaje ámbar a la eternidad del órgano. Sumergido en un frasco lleno de esta bebida similar al brandy, permaneció más de un siglo en la Iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia, sin ser examinado. Su primera revisión ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, aunque en aquel momento no había certeza de qué era el líquido donde reposaba.
Se especulaba que fuera coñac, justamente porque era un fluido bastante recurrente en la Francia previa a la Revolución para conservar cosas. El análisis moderno se efectuó en 2014, cuando se constató que la causa de la muerte había sido una pericarditis tuberculosa y respecto al frasco, encontraron que estaba herméticamente sellado y con apenas una pequeña pérdida de fluido. Para asegurar la conservación, se volvió a sellar con cera caliente. Así que, en efecto, sin el efecto protector del coñac, el corazón se habría deteriorado hasta hacer imposible su estudio.
¿Por qué el coñac pudo conservarlo tan bien?
Elaborado exclusivamente en la región francesa de Cognac, esta bebida alcohólica se realiza a partir de vino blanco que luego se destila y envejece en barricas de roble. Su composición lo hace ideal para conservar tejidos biológicos ¿Motivo? El alcohol.
La levadura transforma el azúcar del vino en alcohol hasta que la propia concentración alcohólica la mata. La explicación es que ese alcohol, cargado además de polifenoles antioxidantes, crea un entorno hostil para el crecimiento de bacterias y hongos. He ahí su gran secreto.
La técnica no era nueva: desde el siglo XVII, científicos europeos habían utilizado alcoholes destilados para preservar piezas anatómicas, animales completos e incluso muestras de ADN. La cuestión a debate es siempre encontrar la concentración adecuada, capaz de lograr o no el objetivo final.
Lo ideal es una disolución próxima al 70%, lo cual mantiene hidratados los tejidos, evitando que se deformen, mientras contiene suficiente alcohol para impedir la proliferación microbiana. Lo curioso es que el coñac no alcanza de forma natural ese porcentaje, pero al parecer la fórmula francesa echó por tierra todos los pronósticos con un rotundo siglo de testigo.
Que paradoja que sea justamente una bebida para celebrarla vida la guardiana de un tesoro biográfico más allá de la muerte.