(Es)cenas Renacentistas con Gargantúa y Pantagruel

Creado: Dom, 08/06/2014 - 14:37
Autor:
Credito
Por: Frank Padrón
Categoría
(Es)cenas Renacentistas con Gargantúa y Pantagruel
Seguramente hemos escuchado mucho aquello de una “comida pantagruélica”, pero quizá no todos sepamos de dónde proviene el término. Pues bien: alude a una de las cumbres de la novela en el Renacimiento, ese periodo del siglo XVI que significó, tal como indica su nombre, un florecer de las artes y las letras, un énfasis en lo humano por encima de lo celestial y religioso que implicó el precedente Medioevo, una reivindicación de los goces corporales,  incluyendo por supuesto, la comida y la bebida.
Dentro de esa estética, la novela Gargantúa y Pantagruel, del francés Françcois Rabelais, constituye un paradigma no solo literario sino cultural, con un influjo en la vida posterior que llega a nuestros días. La obra se ubica de lleno en la cultura popular tradicional, especialmente en su vertiente  carnavalesca y otras fiestas que incluyen el empleo del vocabulario grosero y familiar que le aporta su esencia y la proyecta hacia una órbita definida por distintas líneas del humor, en particular el sarcasmo y la parodia, con fuertes dosis de grotesco.
El texto se estructura sobre la hipérbole, la visible exageración de personajes y situaciones, comenzando por los protagonistas cuyos nombres le dan título, y que son nada menos que dos gigantes, padre e hijo.
Mijaíl Bajtin, un gran estudioso del período estético e histórico –y dentro de él, la novela en particular– escribe acertadamente:
“Muchos bautizaron a Rabelais con el título de gran poeta de la `carne´ y el `vientre´ (Victor Hugo, por ejemplo). Otros le reprocharon su `fisiologismo grosero´ (…). La abundancia y la universalidad determinan a su vez el carácter alegre y festivo (no cotidiano) de las imágenes referentes a la vida material y corporal (que es el principio de la fiesta, del banquete de la alegría, de la `buena comida´. Este rasgo subsiste considerablemente en la literatura y el arte del Renacimiento, y sobre todo en Rabelais”. 
Bebiendo de diversas fuentes que se remontan a veces a la antigüedad clásica, el virtuoso escritor incluye sugestivas recetas que llegan a nuestros días, por ejemplo cuando un personaje, Panurgo, alaba la salsa verde, remitiéndose (nos) a Hipócrates:
“De la yerba de trigo podéis hacer una hermosa salsa verde, de ligera cocción, de  fácil digestión, la cual alegra la mente, regocija los espíritus animales, alegra la vista, abre el apetito, deleita el gusto, fortifica el corazón…”  
El autor procede creando vastas enumeraciones que entronizan vastos conocimientos –sobre todo para su época– en lo anatómico y lo somático, como quiera que era médico y pedagogo, cuya filiación renacentista lo llevaba lo mismo a exaltar que a burlarse de los excesos corporales; dentro de estas, la serie dedicada a la comida y la bebida, cuyos límites llevan a la indigestión y la embriaguez,   es una de las más importantes. Puede afirmarse que los grandes temas de la novela pasan por ella.
Los mismos nombres de sus héroes están relacionados con los líquidos y el hecho de su degustación: Gandgoousier, el padre de Gargantúa, es nombre que significa en francés “garganta grande”, mientras el hijo nació gritando: “¡a beber!”, por lo cual le llamaron de ese modo,  y Pantagruel se concibe etimológicamente como “sediento de todo”, aunque haya llegado hasta hoy referido también a la abundante mesa.
Esta serie de la comida y la bebida, entonces, conoce el detalle y el sentido de la exageración que preside el libro todo. Leamos esta relación de una cena en el castillo de Grandgousier:
“Dicho esto prepararon la comida, para la que, por añadidura, fueron asados 16  bueyes,  3 terneras, 32 terneros, 63 cabritos domésticos, 398 cochinillos de leche, 220 perdices, (…), 6 mil pollos y otros tantos pichones, 600 gallinetas, mil 400 liebres (…) además tuvieron 11 jabalíes que les envió el abad de Turpenay, 17 ciervos que les regaló el señor Grandmont, 140 faisanes del señor Essart y algunas decenas de palomas, cercetas, alondras (…), patos de la India, y otros pájaros, abundantes guisados, y la mar de verduras”.     
Ni la mejor ni más nutrida de nuestras mesas bufés puede igualar tamaño banquete. También aparecen la comida y la bebida en relación directa con la religión, mas siempre  supeditada a lo carnal y pagano siguiendo la óptica renacentista, y así, entre rezos y costumbres monacales, no dejan de ofrecerse recetas de cocina:
“Cuando más temprano se levantaban (los monjes) …más tiempo estaba la vaca junto al fuego: estando más tiempo estaría más cocida, estaría más tierna, gastaría menos los dientes, deleitaría más el paladar, molestaría menos el estómago y nutriría mejor a los buenos religiosos “. 
También está presente la importancia de los ahumados y embutidos, y particularmente de la sal y la sazón como indispensables en la preparación de las comidas, muy vinculadas por otra parte con la sed que generan los platos bien condimentados, al punto de que el nacimiento de Pantagruel –el “mayor de los sedientos”- se describe así: “Mientras el hermoso gigante veía por vez primera la luz salieron (…) 68 arrieros, cada uno de los cuales agarraba por la cola a un muleto cargado de sal; después 9 dromedarios cargados de jamones y lenguas de vaca ahumadas, 7 camellos cargados de anguiletas y 25 carretas de puerros, ajos, cebolletas y cebollas”.      
En la novela, las abundosas cenas pantagruélicas están siempre vinculadas a la alegría, la sabiduría y la bondad, por tanto, la comida/bebida porta un sentido ético muy vinculado con el humanismo proclamado por el autor y su época; incluso, no se trata de banquetes de holgazanes y ociosos, sino de personas trabajadoras que solo dedican tiempo para alimentarse (cierto que de manera fuerte y variada) tras la jornada laboral.
Inspirado en el sistema educativo de Ponócrates, Rabelais considera que el almuerzo debe ser frugal y la cena mucho más sólida, así como el desayuno. Refiere Panurgo:
“Cuando me he desayunado bien y a punto, mi estómago está bien fortificado y  provisto, por una vez y en caso de necesidad extrema, pasaría sin almorzar; pero ¿no cenar? ¡Qué va! Esto es un error y un escándalo para la naturaleza.”
La novela insiste también en la hoy tan recurrida práctica de la sobremesa, de las cenas y almuerzos “de negocios”, del sentido social que tiene la reunión frente a la (buena) gastronomía.
De modo que, más allá y por encima de sus deliberadas hipérboles –que no son en lo absoluto un defecto sino una marca estilística que afirma un estilo y lo proyecta a lo clásico–, incluidas lo escatológico y lo grosero –suerte de irreverencia y protesta renacentistas ante la excesiva y a veces hipócrita consagración de lo espiritual en detrimento de los sanos goces de la carne, en todos los sentidos del término– Gargantúa y Pantagruel, del humanamente divino Rabelais, continúa dándonos, a varios siglos de su aparición en el panorama literario y cultural, lecciones sobre la degustación: la comida y la bebida como signos inequívocos de los grandes placeres a los que tiene derecho el ser humano en su paso por la Tierra.

Añadir nuevo comentario

Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
Credito
Por: Frank Padrón