Jiro Ono y el arte de hacer sushi sin buscar la fama ni hacer fotos

Jiro Ono y el arte de hacer sushi sin buscar la fama ni hacer fotos
Jiro Ono, el maestro japonés del sushi que cumple 100 años, demuestra que la excelencia no busca fama ni flashes. Su historia es una oda a la constancia y al oficio auténtico.
Jiro Ono itame sushi Japón
Jiro Ono
Sunday, November 2, 2025 - 13:00

En un mundo que le hace fotos a todo, Jiro Ono eligió no posar: repite un gesto hasta que deja de ser gesto y se convierte en arte. En su pequeño local bajo tierra, en el distrito de Ginza (Tokio), a un paso de una estación de metro, cada mañana afina el arroz, selecciona el pescado, pule el cuchillo, mientras el vinagre tibio perfuma el ambiente y el silencio pesa sobre los diez taburetes. No busca la fama ni los flashes. Sólo trabaja, con la convicción de que la excelencia no necesita testigos.

Cuando Jiro Ono abrió su restaurante Sukiyabashi Jiro en 1965, no imaginaba que años más tarde sería el primer sushi bar en recibir tres estrellas Michelin y que su nombre se convertiría en sinónimo de maestría gastronómica mundial. A sus 100 años cumplidos, sigue siendo una leyenda viva del sushi japonés, y aunque hoy su hijo asume la mayoría de los servicios, él sigue presente como emblema de una filosofía: el oficio como entrega.

La perfección sin escenario

Mientras todos miran al exterior, Jiro mira al interior. Su revolución no fue crear algo nuevo, sino hacerlo cada día un poco mejor. Con manos que ya tienen década tras década de cortes precisos, él repite, ajusta, corrige. Porque el arroz no es simple arroz, es vida fermentada que necesita un instante exacto; el pescado no es sólo un producto, es una añoranza del mar; el cuchillo no es sólo herramienta, es extensión del cuerpo. En la cocina profesional y en la cocina de la vida, Jiro muestra que la maestría se construye en lo repetido, en lo humilde, en lo silencioso.

Sukiyabashi Jiro
Restaurante Jiro Ono - Sukiyabashi Jiro

Y cuando el mundo mide el éxito en “me gusta”, “seguidores” o “viralización”, él demuestra que la auténtica grandeza no necesita escenario. La cámara olvida; la mano recuerda.

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Jiro Ono nos enseña que el arte no siempre se ve, pero se siente. Que hay grandeza en repetir lo mismo hasta que pase de gesto a esencia. Que el talento abre puertas, pero la constancia las mantiene. Que el horno puede estar apagado, la música en pausa, la cámara lejos: y aún así, el oficio ocurre. En cualquier profesión, en cualquier parte, podemos hacer lo que él hizo: elegir la entrega diaria, no la fama instantánea.

Porque al final, su sushi —como su vida— no busca la foto: busca el alma.