Los aristócratas del vino y la crisis

Creado: Jue, 18/06/2009 - 21:47
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Por: Luis M. Alonso/ www.lne.es
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Es posible que se encuentre cerca el momento en que no va a ser necesario tener que hipotecar la casa para beberse una de las grandes botellas de vino. En Burdeos, por ejemplo, admiten que los años de la pasta gansa han llegado a su fin. Los stocks acumulados han traído consigo una bajada de precios histórica, hasta del 45 por ciento, en los «premier cru» de la aristocracia vinícola de la excelente cosecha de 2008.

Pero para que los precios hayan caído de esta manera tuvieron antes que haber subido espectacularmente hasta hacerse prohibitivos para el consumo ordinario. No hay mejor ejemplo que el del Château Margaux, uno de los cuatro grandes bordeleses, cuyo «premier grand cru classé» costaba en 1993, 20 euros; en 2000, su precio llegó a 120 y en 2005 se disparó a 350. En doce años, se vio afectado por una inflación del 650 por ciento que en absoluto se corresponde con la carestía que experimentó la vida.

El Château Angélus, uno de los grandes vinos de Saint-Émilion, ha salido en 2008 a 50 euros, cuando su primer precio en 2007 fue 85 y, en 2005, el año en que la inflación se disparó hasta el absurdo, 130 euros. Figeac, otro Saint-Émilion excelente, se ha puesto de salida a 35 euros, con una variación del 17 por ciento con respecto a 2007.

Y es imposible no recomendar, a quien tenga la oportunidad de comprarlo tanto aquí como en Francia, uno de los llamados «super-segundos» entre los crus clasificados, Léoville Barton, de Saint-Julien, a 23 euros la botella. Un vino magnífico, como su vecino Léoville Las Cases que mantiene, sin embargo, al igual que Cos d'Estournel, Saint-Estèphe, reticencias a bajar precios.

Está el caso llamativo de Château d' Yquem, el gran Sauternes que muchos consideran el rey de los vinos blancos y uno de los más perfectos que existen. Salió en 2005 a 400 euros, dos años más tarde a 330 y en 2008 a 135 euros, que no supone todavía lo que se dice una compra ideal pero sí alejada de los últimos y desorbitados precios. Al Yquem le aguarda seguramente un coste más bajo.

Si se trata de elegir un Sauternes de gran calidad y a un precio razonable, la elección indiscutible de esta añada es Rieussec, a 30 euros, un 25 por ciento más barato que hace un año, y con un coste razonable asociado a su calidad.

La crisis mundial ha laminado las altísimas expectativas del vino como objeto de especulación y ahora, para no tener que seguir acumulando botellas, los propietarios de las grandes bodegas tienen que ir pensando en un precio justo, a ser posible de dos cifras.

La subida desorbitada en general se produjo a finales de la época de los 90, cuando el precio del vino empezó a florecer al mismo tiempo que el dólar, el yen y la libra esterlina. En esos años, el crítico Robert Parker se convirtió en lo más parecido a un broker de Wall Street. Ahora, toca aflojar.

Se ha visto en la semana de las novedades (primeur) de Burdeos que ha marcado con sus precios seguramente el fin de una época, mientras la tendencia se ha extendido a otros países y denominaciones vinícolas.

Las tarifas de los cotizadísimos «supertoscanos» también empiezan a ser revisadas en Italia. El Tignanello, a 140 euros la botella, constituye una muestra de la desproporción alcanzada por uno de las grandes reclamos especulativos del vino de los últimos tiempos.

En España, donde parece fácil resistir debido a los precios más baratos y la excepcional relación de calidad de muchas de las referencias que hay en el mercado, existe, sin embargo, un problema de saturación por el incremento desmesurado del número de bodegas en los últimos años, que coincide con una menor demanda como consecuencia del impacto económico en los bolsillos.

Otro factor viene a sumarse a los problemas que ya atraviesa el sector: la manía incorregible de la mayoría de los restaurantes de doblar y hasta triplicar los precios de las botellas que sirven a los clientes sólo por el hecho de mantener el vino y descorcharlo delante de ellos. Un vicio copiado de Francia, donde la botella en una comida o una cena equivale a veces a lo que supondría un comensal más en la mesa.

El debate sobre el verdadero precio de una botella de vino está abierto. Se ha entablado en el Bordelés, la tierra por la que los ingleses siempre tuvieron un vino que se hacía al otro lado del Canal.

El lugar donde los caldos adquirieron, sobre todo algunos de ellos, una rara perfección y los que no una leyenda que ha servido para promocionarlos, a veces injustificadamente a precios muy superiores de lo que realmente pueden valer.

La crisis y la sobreproducción han afectado tanto a los burdeos superiores como a los simples, incluso a los «classés» (clasificados). La deslumbrante fama de los Médoc, Pomerol y Saint-Émilion arrastra a los châteaux no clasificados, pero sí marcados con precios considerables, con los que el negocio es capaz de confundir a la clientela.

La aristocracia en Burdeos empieza por el château. Como bien ha escrito Bernard Pívot, se puede ser propietario de un castillo en la Gironda sin tener un viñedo, pero no se puede tener viñas sin estar domiciliado en un château. Es cierto que en una botella de Burdeos, se compra o se bebe arquitectura. De ahí, los precios en algunos casos.

Es imposible que los grandes caldos del Médoc renuncien a su nobleza, como el Château Margaux, de suave finura en contraste con el árido y pedregoso suelo de sus viñas, y dueño de un rico anecdotario por su aquilatada historia que se remonta a la Edad Media, un tiempo en que los reyes ingleses empezaron a demostrar en el continente que eran unos inagotables bebedores.

El cuñado de Madame Dubarry, su propietario, se presentó una vez ante Luis XV con un traje cubierto de pedrería y el rey le preguntó debido a la ostentación si era el hombre más rico de Francia. Dubarry, conde de d'Argicourt, respondió que las piedras eran simplemente diamantes de sus tierras. Efectivamente, lo que llevaba engastado en la vestimenta eran piedras de las viñas de Margaux que pulidas tenían una vistosidad comparable a los preciados guijarros del Rin. La historia y la leyenda son parte también del sobrecoste de las botellas.

A fin de cuentas, como se ha dicho en muchas ocasiones, el vino es el mensaje de la tierra que el viticultor logra encerrar en una botella. Ese mensaje no puede salirnos por un riñón, por muy historiado que sea.

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