Entre el restaurante y el teatro: Virgilio Piñera

Creado: Dom, 16/11/2014 - 17:00
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Por Frank Padrón
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Entre el restaurante y el teatro: Virgilio Piñera
Ese cubano-universal que es Virgilio Piñera (1912-1979), dramaturgo, poeta, narrador y ensayista,  fue un gran aficionado a “comer fuera”, de modo que el visitar restaurantes de su Habana natal se hizo costumbre. 
Un entonces joven colega que acompañaba muchas veces al dramaturgo en estas corridas, José Milián, quien poco a poco fue convirtiéndose en uno de los imprescindibles dentro de nuestra escena con una obra ex(in)tensa y provocadora, llevó tales vivencias a una pieza donde su distinguido compañero de disputas artísticas, filosóficas y cotidianas, lo acompañaba puntual y diariamente a la cafetería del Hotel Capri. Es este el meollo dramático de Si vas a comer, espera por Virgilio, de José Milián, uno de los mayores éxitos de este autor con su grupo Pequeño Teatro y en general, un verdadero suceso en el teatro cubano contemporáneo.
No podía faltar la intertextualidad. Habiendo incurrido el autor homenajeado con tanta frecuencia en materias “digestivas” dentro de toda su obra, independientemente del género, aparece aquí una de ellas, precisamente de su cosecha escénica:   
Milián pone en boca de su compañero devenido protagonista de la pieza, el infaltable sarcasmo, o en todo caso, la habitual ironía corrosiva que le caracterizó, lo cual ocurre a lo largo del texto en todos los temas que aborda, que son muchos: desde el propio teatro, que erige la obra en una suerte de “arte poética” hasta  la amistad, los celos, la envidia, la (auto)censura, el miedo,  la relación entre lo profesional y lo personal, las luchas entre lo viejo y lo nuevo… Lo hace con una fuerza en los diálogos y un sentido del humor visceral, que hereda justamente del sujeto –ahora objeto teatral-, esa lengua viperina capaz de “sazonar” todo el trayecto.
Y, hablando de sazones, el entorno gastronómico no es mero telón de fondo, sino un decisivo elemento dramático: 
PEPE. Para Virgilio, frijoles negros, arroz blanco. (Continúa  con sus movimientos.) Para Virgilio, ensalada de aguacate, en cuadritos con sal y vinagre. (El mismo juego.) Para Virgilio, picadillo criollo, no a caballo, que eso es un invento deformante. Picadillo criollo con papas fritas dentro. (El mismo juego.) ¿Yuca con mojo? ¿O boniato frito? Para Virgilio las dos cosas. (Pausa.) ¿Cerveza? No. Para Virgilio, vino blanco. ¿Qué más? ¿Qué más? ¡Ah! Me faltaban los platanitos maduros fritos. (Pausa.) ¿Yuca, boniato y platanitos? Creo que es exagerado. Realmente soy pésimo en la cocina. Solamente hago una cosa así, por él. (El mismo juego.) Ya lo dijo Rolando Ferrer, esto es casi una función homenaje. Está bien el sacrificio. Virgilio sabrá perdonarme los errores. (Pausa.) ¡Quizás debí hacer una sopa! ¿Sopa para Virgilio? No creo. ¡Coño, no he puesto un postre! (Pausa.) Ya sé, para Virgilio, arroz con leche…
En esa suerte de prólogo al encuentro que enseguida comenzará, el personaje de Pepe –un joven  Milián– trata de caracterizar a Virgilio desde los alimentos que le agradan. Como se aprecia a simple vista, se trata en todos los casos de platos muy criollos, típicos de la cocina cubana, mediante los cuales no solo asistimos a los gustos culinarios del gran dramaturgo sino a la plasmación de su indiscutible cubanidad, a la que desde el inicio reverencia el autor, quien a su vez nos ha convidado a un juego inter-teatral donde en algún momento, como de pasada, se devela el procedimiento lúdicro: entraremos a una representación, pues lo que veremos  “es casi una función homenaje”. 
El doble y triple sentido, las citas a canciones populares, el cáustico humor virgiliano que su amigo y colega de las tablas ha logrado heredar e incorporar tan certeramente, las enumeraciones que recorren la cocina insular, la interrelación que se logra entre lo gastronómico y el resto de temas sociales, literarios, etc., figuran entre los méritos indudables del texto. En sus múltiples puestas, además, ha logrado siempre una combinación así de eficaz en sus elementos técnico-expresivos: la música, un representativo collage de las canciones que sonaban entonces, y que consigue algo más que una ambientación rigurosa de la época, el empleo inteligente del espacio escénico, con los elementos indispensables que redundan siempre en una concepción minimalista, apoyado en un diseño de luces también creador de adecuadas atmósferas,  lo cual impide cualquier distracción ante el peso de lo hablado, como se ha dicho, esencial.  
Uno puede, como es de suponer, preferir esta u otra puesta de entre las muchas que ya han tenido lugar desde el estreno y, por extensión, fichar nuestro “propio” Virgilio, como el que más nos satisface de entre los actores que lo incorporaron. No por una falsa objetividad diré que todos ellos (Waldo Franco, Ángel Ramírez Lahera, Alexander Paján o el más sistemático, Iván García) lograron, desde sus personales lecturas, y siempre bajo la guía  de Milián como director, convincentes y  auténticas caracterizaciones, lo cual debe extenderse en general al resto de los elencos.
 Todo ha contribuido a hacer de Si vas a comer… un temprano clásico de la escena cubana, que a la vez tributa otro merecido homenaje a su maldito e irrepetible homenajeado, el gran degustador Virgilio Piñera, así como a varios restaurantes cubanos que tuvieron el honor (algunos sin saberlo entonces) de acogerlo entre sus clientes ilustres.

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